APÉNDICE
CANÓNIGO FRANCISCO CHIESA
TREINTA Y UNA ORACIONES A JESÚS MAESTRO
«En la Pía Sociedad de San Pablo se honra de modo especial a Jesús como Maestro, y a esta devoción se dedica todo el mes de enero... Y bien, el Rev. Sr. Teólogo Alberione, fundador y superior de la Pía Sociedad de San Pablo, me propuso componer un librito sobre Jesús Maestro..., y yo consideré a honor y deber mío aceptar la propuesta... El Rev. Sr. Teólogo Alberione adelantó él mismo un esbozo del librito, que espero haber desarrollado con fidelidad. Ojalá el divino Maestro Jesús se digne aceptar con benevolencia este humilde homenaje y se sirva de él para gloria suya y bien de las almas».
Con estas palabras el canónigo Francisco Chiesa, entregaba, el 15 de octubre de 1926, su libro Jesús Maestro, consistente en treinta y una meditaciones, a cada una de las cuales sigue una fórmula oracional. Estas oraciones, en su conjunto, constituyen la más lograda formulación de la devoción alberioniana a Jesús Maestro, traduciendo los contenidos doctrinales, el método y las resonancias armónicas.
Un detalle digno de notarse es que a cada oración le seguía la invocación «Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, ten piedad de nosotros», impresa entonces por primera vez e incorporada al manual de oraciones en la segunda edición, aparecida en el curso de 1927.
1. Jesús, que entre tantos pretendientes maestros eres el único verdadero Maestro de la humanidad, concédeme benignamente la gracia de ser en todo y por todo auténtico discípulo tuyo. Tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
Jaculatoria: Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, ten piedad de nosotros.
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2. Padre, tú has constituido de tal modo la naturaleza humana que siempre y en todo necesita de un Maestro: concédeme benignamente la gracia de no fiarme de mí mismo, sino de buscar en todo y por todo la enseñanza de quien tú has enviado a este mundo como Maestro verdadero y universal, Jesucristo tu Hijo, que vive y reina contigo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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3. Jesús, Maestro infalible de la verdad, que te has dignado ratificar con tu testimonio divino las verdades que ya nos habías enseñado con la luz de la razón natural: concédenos benignamente la gracia de creer estas verdades con fe tanto más viva de cuanto tu infalible testimonio supera el dictado de nuestra razón. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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4. Oh Jesús, que en tu infinita generosidad te has dignado manifestar a los hombres los secretos de tu sabiduría: concédenos benignamente la gracia de manifestarte nuestra gratitud con una perfecta fe en tu divino magisterio. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.
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5. Jesús, supremo Maestro, frente a quien nada son los más famosos maestros que la historia recuerda: concédenos benignamente la gracia de anteponer sin titubeos a cualquiera otra enseñanza la que procede de tus labios. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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6. Oh Jesús, que no sólo por las verdades enseñadas sino también por la manera humilde y modesta de tu enseñanza te manifiestas verdadero Maestro de los hombres: concédenos benignamente la gracia de no dejarnos engañar por los falsos maestros del mundo, que con soberbia enseñan la mentira. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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7. Jesús, que siendo verdadero Dios eres también el auténtico supremo Maestro de los hombres: concédenos benignamente la gracia de reconocer tu divinidad, aceptando con fe plena todas tus enseñanzas. Tú que vives y reinas, verdad absoluta e infalible, con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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8. Jesús, que como hombre ejerces el ministerio de Maestro, no por tu arbitrio sino por vocación expresa recibida del eterno Padre: concédenos benignamente la gracia de no dejarnos engañar nunca por maestros que no tienen esa divina misión. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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9. Jesús, que siendo Maestro absolutamente necesario para los hombres eres por ello mismo el Maestro de todos ellos y de todos los tiempos: concede benignamente a los infieles la gracia de oír pronto tu voz, y a los fieles la de permanecer por siempre asiduos a tu palabra. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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10. Jesús, que con tu divino magisterio has atraído tras de ti a todo el mundo: concédenos benignamente la gracia de que así como hemos aceptado tu enseñanza, la llevemos fielmente a la práctica perseverando hasta la muerte. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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11. Jesús, que siendo supremo Maestro de la humanidad posees en sumo grado la dote de la ciencia: concédenos benignamente la gracia de adherir con perfecta fe e ilimitada certeza a tus divinas enseñanzas. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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12. Jesús, Maestro supremo de los hombres, que antes de amaestrar con palabras has dado ejemplo con tu vida: concédenos benignamente la gracia de fijar nuestras miradas en tus ejemplos y reproducirlos fielmente en nuestra conducta. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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13. Jesús, que en la gran caridad usada en tu enseñanza muestras el gran amor que tienes a los hombres: concédenos benignamente la gracia de escuchar siempre con amor tus divinas lecciones. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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14. Jesús, divino Maestro, que con imágenes y parábolas te has dignado adaptar la altura de tu sabiduría a nuestra miseria: concédenos benignamente la gracia de amar tu palabra y guardarla en el fondo de nuestro corazón. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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15. Jesús Maestro, que para atraer a los hombres a tu seguimiento no has dudado en usar los medios más eficaces para excitar en las personas el más vivo interés por tus palabras: concédenos benignamente la gracia de abrir nuestros corazones a tu amor y de correr velozmente tras de ti al olor de tus perfumes. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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16. Jesús Maestro, que en la tarea de tu magisterio tuviste especialmente de mira lo que es la verdadera finalidad de todo, es decir nuestra santificación, y para obtener tal fin usaste los medios naturales, pero sobre todo los sobrenaturales de la gracia: ¡ea!, triunfa en nuestro corazón con la fuerza de tu misericordia, para que lleguemos a ser tus dignos discípulos. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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17. Jesús Maestro, que con la luz de tu palabra has disipado las tinieblas de nuestra ignorancia y nos has manifestado todas las verdades necesarias para prepararnos a la vida eterna: concédenos benignamente la gracia de escuchar tus palabras con docilidad, estableciendo en ellas el criterio supremo de nuestra ciencia. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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18. Jesús Maestro, que con tu doctrina moral, ascética y mística, nos has indicado todos los caminos de unión con Dios: concédenos benignamente la gracia de caminar veloces por la senda de tus mandamientos, para que alcancemos el grado de santidad que deseas para nosotros. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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19. Jesús Maestro, que no sólo nos has dado una doctrina para la mente y una moral para la voluntad sino que has establecido también un sistema de ayudas para remediar la impotencia de nuestra alma y la debilidad de nuestro corazón en el santo sacrificio de la misa, en los sacramentos y en la oración: concédenos benignamente la gracia de una sincera y eficaz correspondencia a la abundancia de tu misericordia con nosotros, para alcanzar la salvación. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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20. Jesús Maestro, que como primer medio de enseñanza has escogido la palabra viva: concédenos benignamente la gracia de amar tu palabra para tener en este amor un signo de ser ovejas de tu rebaño. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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21. Jesús Maestro, que te dignaste elegir a los apóstoles y discípulos para difundir en el mundo tu doctrina: dígnate, te rogamos, suscitar en tu Iglesia muchos cooperadores de tu palabra, para que llegue cuanto antes hasta los más remotos confines de la tierra. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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22. Jesús Maestro, que te dignaste hacer perenne y viva tu palabra en la Iglesia: concédenos benignamente la gracia de tener, respecto a la enseñanza de tu Iglesia, el mismo respeto e igual obediencia que a tu propia palabra. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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23. Jesús Maestro, que te dignaste hacer resumir tus enseñanzas en los libros del santo evangelio, dejando en él la imagen viva de tu divina persona: concédenos la gracia de convertir este libro divino en objeto de meditación para todo el tiempo de nuestra vida. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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24. Jesús Maestro, que por tu infinita bondad quisiste quedarte con nosotros en el Smo. Sacramento del altar, animando así con tu vida actual y perenne toda tu enseñanza: concédenos benignamente la gracia de reavivarnos con frecuencia al fuego de la eucaristía, para que tus palabras produzcan en nosotros frutos de vida eterna. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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25. Jesús, que con tu enseñanza has producido en el mundo unos efectos tan maravillosos: concédenos benignamente la gracia de obtener en nuestra vida frutos saludables de tu palabra. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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26. Jesús, que te dignas hacer resonar continuamente tu palabra de vida en la predicación de los ministros de tu Iglesia: concédenos benignamente la gracia de escuchar esta palabra tuya con intensa atención y de conservarla en nuestros corazones por siempre. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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27. Jesús Maestro, que te dignaste proporcionarnos en el evangelio, escrito por tus discípulos, un testimonio auténtico de tu enseñanza: concédenos benignamente la gracia de tener en este libro divino la delicia de nuestra vida. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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28. Jesús Maestro, que te dignaste facilitarnos el conocimiento de tu divina palabra en la lectura de tu evangelio: concédenos benignamente la gracia de hacerla descender en nuestra alma, de modo que penetre íntimamente en todas nuestras potencias. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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29. Jesús Maestro, que te dignaste darnos a conocer tu enseñanza de muchos modos: concédenos benignamente la gracia no sólo de conocer tu palabra, y creerla con la fe, sino también de vivirla con las obras de nuestra vida. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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30. Jesús Maestro, que en la tarea de amaestrar a los hombres deseas tenernos como cooperadores: concédenos benignamente la gracia de aceptar con gozo esta cooperación y de ejercitarla según tu espíritu. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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31. Jesús Maestro, que en tu infinita sabiduría y misericordia con los hombres te dignaste suscitar en tu Iglesia a los apóstoles de la Buena Prensa para difundir cada vez con más amplitud en el mundo tu divina palabra: concede benignamente a estos apóstoles tuyos la gracia de que, repletos siempre más de tu espíritu, se multipliquen y se esparzan pronto en toda la faz de la tierra. Tú que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
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