Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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Sección IV
EL SANTUARIO DE LA ORACIÓN

DEDICACIÓN DEL SANTUARIO
REGINA APOSTOLORUM

El 30 de noviembre de 1954 por la tarde, con una solemne hora de adoración guiada por el P. Alberione en el Santuario romano, se abrieron las celebraciones del novenario para la consagración del nuevo templo. En una vibrante e inspirada oración, con cadencias eucarísticas, el Fundador ofrecía a la Virgen el homenaje de la obra concluida, que tantos sacrificios había costado a él y a toda la Familia Paulina.
Reproducimos el texto de la celebración tal como se publicó en el boletín San Paolo de noviembre-diciembre de 1954.


HORA DE ADORACIÓN

Canto: «Magníficat ánima mea Dóminum».

Con la dedicación hoy del Santuario a Dios óptimo y máximo,1 y a María Reina de los Apóstoles, realizamos dos actos:
1. Cerramos un período de ansias por los peligros de la Familia Paulina pasados durante la última larga y tremenda guerra; y el cumplimiento de nuestro amoroso reconocimiento a la Regina Apostolorum.
2. Abrimos otro período, que se ilumina con la luz nostálgica y maternal de María.
Se trata siempre de la misma misión que ella lleva a cabo a través de los siglos; misión que le confió Jesús moribundo en el
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Calvario en la persona de Juan: «Mujer, mira a tu hijo».2
Con el corazón lleno de conmoción, hoy pensamos que en aquel momento la mente de Jesús se dirigía también a cada uno de nosotros; y gustosamente, en la palabra del Maestro divino, sentimos casi sustituir el nombre de Juan con el nuestro... «Mira a tu madre».

Canto: «Salve, Máter misericordiæ».

I. - Dice la Escritura: «Haced votos al Señor y cumplidlos».3
Hace unos 15 años que se desencadenó la segunda guerra mundial, causante de tantísimas víctimas no sólo entre los combatientes sino también entre los civiles, en las poblaciones inermes. La Familia Paulina estaba ya esparcida en diversas naciones, compuesta por numerosos miembros, muchos de los cuales pasaban día y noche temiendo una muerte trágica. Las penas y temores de cada uno se sumaban en el corazón del Primer Maestro, quien aconsejado confiadamente por las muchas experiencias en la bondad de María, justo en lo más agudo del peligro, interpretando el pensamiento de todos, se asumió este empeño: «María, madre y Reina de los Apóstoles, si salvas todas las vidas de los nuestros y de las nuestras, construiremos aquí la iglesia a tu nombre». El lugar de la promesa fue más o menos el centro de la iglesia construida; y está dentro del círculo marcado en el pavimento y rodeado por estas palabras lapidarias: ANNO MARIANO CONFECTO - DIRO BELLO INCÓLUMES - FILII MATRI VOTO P. - DIE VIII DEC. MCMLIV. Es decir: «Al término del Año Mariano - salidos incólumes de la tremenda guerra - los Hijos ofrecen a la Madre en cumplimiento de su voto - el día 8 de diciembre de 1954».
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Para mayor precisión:
Un día, hacia las dos de la tarde, las sirenas dieron la alarma; una escuadra de aviones bombarderos venía de Ostia hacia Roma y se acercaba a estas casas paulinas. Todos, entonces, se dirigieron a la gruta-refugio, como estaba mandado; todos, tanto jóvenes como profesos, corrieron hacia ella.
El Primer Maestro quiso ver también cómo estaban las Hijas de San Pablo; y fue hacia la casa de ellas, pasando por el sendero habitual. Hacia mitad camino cayó una bomba a pocos metros, y alguna esquirla le pasó junto a la cabeza.
La mayor pena la sintió por alguna Hija que, indispuesta, llegaba la última al refugio, sosteniéndola con dificultad las hermanas; y por alguna otra que, estando enferma, tuvo que quedarse en la cama, si bien asistida por una religiosa de gran caridad.
Pasado el peligro, se tomó el referido empeño, fijando incluso el sitio y el modo de la futura construcción: locales debajo de la iglesia, y ésta que dominara las casas, quedando María en el centro, en medio de sus hijos e hijas.
Apenas concluida la guerra (5 de mayo de 1945), sabiendo bien los sacrificios que iba a costar esta iglesia, decidí la construcción como penitencia y reparación.
¡Tú, María, nos has salvado; con una protección que sabe a prodigio, desde Japón hasta Francia!
Aquí nos tienes a cumplir el voto. Te ofrecemos este modesto santuario, sede de tu trono, como a nuestra Reina. Cada ladrillo representa los sacrificios de tus hijos y de muchos Cooperadores, cuyo nombre (aunque desconocido para los hombres) está escrito en los registros puestos a tus pies, casi como una súplica y testimonio de fe. Recuérdalos a todos, oh María. - Y lo que más importa es que su nombre está escrito en el cielo.4
Todos, hoy, tus Hijos e Hijas, son felices, ya que después de la iglesia a san Pablo y al divino Maestro [en Alba],
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todos insistían por una iglesia en tu honor. Te ofrecemos cosas que son ya tuyas: de tuis donis ac datis,5 pues has movido nuestros corazones y abierto las manos; por ti misma te has construido esta casa. Has iluminado a los artistas, has guiado a los trabajadores, has suscitado fervor en todos, crecientemente, a medida que se acercaba este hermoso día.
¡Bendita seas, madre, maestra y Reina! Tú has dado la inspiración, el querer y el poder.

Por todos los siglos de los siglos. - Amén.
El Señor esté con vosotros. - Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón. - Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios. - Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por la exaltación de María por encima de toda creatura y por sus inefables misericordias, en Cristo nuestro Señor. En efecto la virgen María dio a la humanidad el Sacerdote eterno, la hostia propiciatoria, el Maestro divino Camino Verdad y Vida. Él, desde la cruz, la proclamó madre, maestra y Reina de los Apóstoles, para salvarlos de muchos peligros, guiándoles a la santidad y al apostolado, y para que mediante la Iglesia se revelara la multiforme sabiduría de Dios.
Por eso, en este templo tuyo y trono de la Reina de misericordia, unidos al apóstol Pablo y a los nueve coros angélicos que se ciernen sobre nosotros, con gran alegría humildemente te cantamos:
Santo, Santo, Santo... etc.
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Canto: «Magníficat ánima mea Maríam»
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II. - Mirándoos ahora, María, en vuestro hermoso trono y pensando en el presente y el futuro, os decimos: Reina, volved a nosotros vuestros ojos misericordiosos, pues habéis hallado gracia ante el Rey como Ester. Vuestra universal solicitud de ser la Máter humanitatis, y vuestra misión de mediadora de la gracia, nos infunde confianza para presentaros súplicas por nuestras necesidades y las más acuciantes de la Iglesia y de la humanidad.
A la entrada de la iglesia están grabadas en la piedra estas palabras: Súscipe nos, Máter, Magistra, Regina nostra: roga Filium tuum ut míttat operarios in messem suam. Acógenos, madre, maestra y reina nuestra; ruega a tu Hijo que mande obreros a su mies. - Vocaciones para todos los apostolados, vocaciones para todos los institutos religiosos, vocaciones para todos los seminarios, vocaciones para todas las naciones: y entre ellas, especialmente, las vocaciones para los apostolados más urgentes, más modernos, más eficaces.

Canto: «Salve, Madre bendita».

Y a estos obreros evangélicos obtenles el Espíritu Santo, que es el espíritu de Jesús. Renuévese en ellos Pentecostés. El primer Pentecostés está recordado en la leyenda de la cornisa de la iglesia: «Petrus, et Joannes, Jacobus, et Andreas, Philippus, et Thomas, Bartholomæus, et Matthæus, Jacobus Alphæi, et Simon Zelotes, et Judas Jacobi: hi omnes erant perseverantes unanímiter in oratione cum muliéribus, et María Matre Jesu, et frátribus eius... Et repleti sunt omnes Spíritu Sancto, et cœperunt loqui variis linguis, prout Spíritus Sanctus dabat eloqui illis. - Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago Alfeo, Simón Zelota, Judas de Santiago: todos éstos perseveraban concordes en la oración, junto con las mujeres y con María, Madre de Jesús y sus parientes... Y todos se llenaron de Espíritu Santo y
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empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse» (He 1,13-14; 2,4).
A esos nombres sustituye los nuestros; danos el don de la palabra, oral, escrita, fotografiada, transmitida, según el querer de Dios.

Canto: Apostolorum contio.

Y asistid, acompañad, allanad los pasos y asegurad abundantes frutos a estos obreros evangélicos.
En la puertecita del sagrario está escrito: Venite, filii, comédite fructum meum, venid, hijos, comed mi fruto; es el fruto bendito del seno de María, Jesucristo. Con este alimento el apóstol se sostiene en su difícil camino.
Tú, madre, has ya provisto a quien está cansado y débil: Si dimísero eos ieiunos in domum suam deficient in vía, si les despido en ayunas, se desmayarán por el camino.7
La madre celestial ha preparado con su sangre un pan que da la vida, que es el cuerpo mismo de Jesucristo: luz, fuerza, consuelo de los apóstoles que aguardan la cosecha. Benedicta Filia tu a Dómino, quia per te fructum vitæ communicávimus.8

Canto: «O Regina Apostolorum».

En esta iglesia nunca faltará la oración; y por eso, madre y reina, no faltarán tus gracias sobre el papa, el sacerdocio, la vida religiosa, las casas de la Familia Paulina, en todas las naciones donde está establecida.
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Continuad, oh María, desde el cielo vuestro apostolado de dar al mundo a Jesús Camino, Verdad y Vida. Muchas naciones son pobres porque carecen de Jesucristo. Nuevas generaciones se asoman a la vida. El mundo se salvará sólo si acoge a Jesús tal como es: toda su doctrina, toda su liturgia.
Tenemos que dar un evangelio lleno de catecismo y liturgia;
un catecismo lleno de evangelio y liturgia;
una liturgia (por ejemplo el misalito) llena de evangelio y catecismo.
Los editores poseen la palabra, la multiplican, la difunden vestida de papel, caracteres, tinta. Tienen, en el plan humano, la misión que en el plan divino tuvo María, que fue Madre del Verbo divino; ella captó al Dios invisible y le hizo visible y accesible a los hombres, presentándole en humana carne.
Haced, madre, que los hombres secunden la invitación del Padre celestial: «Este es mi Hijo, el amado, en quien he puesto mi favor. Escuchadle».9

Canto: «De todo apóstol Reina».

«Exaudi preces pópuli tui, o Regina: et præsta, ut quisquis hoc templum beneficia petiturus ingréditur, cuncta se impetrasse lætétur. - Escucha las súplicas de tu pueblo, oh Reina; y concede que quien entre en este templo para pedirte gracias, salga de él alegre por haber sido escuchado».
El pecador obtenga el perdón, el dudoso la luz, el afligido la consolación, el enfermo la salud, el débil la fuerza, el trabajador su pan cotidiano; el tibio el fervor. Y tu misericordia se extienda de generación en generación a cuantos temen y aman al Señor.
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CANTO: «MARÍA, LUX APÓSTOLIS».

María, lux Apóstolis,
splendére visa prístinis,
oríre nobis últimis
Verbi Dei præcónibus.

Fac nos poténter úrgeat
imménsa Christi cáritas,
amórque fratrum, quos suo
redémit ille sánguine.

Fac nuntiémus ímpigre
mandáta Christi géntibus:
nec atra vincla sóntium
nos taédeat dissólvere.

Quotquot Redémptor pérditis
parávit Evæ fíliis,
fontes salútis ómnibus
da rite nos reclúdere.

Nec ulla nos moléstia,
vel ipsa mors detérreat:
da, Virgo Máter, pérpeti
crucem, iuvándo próximum.

Iesu, tibi sit glória,
qui natus es de Vírgine,
cum Patre et almo Spíritu,
in sempitérna sæcula.
Amen.


María, de los Apóstoles
Maestra, luz y consuelo,
ampáranos a nosotros
de tu Hijo mensajeros.

Haz que nos urja el amor
y que nos empuje el celo
de evangelizar a todos
para ensanchar más el Reino.

Ayúdanos a anunciar
con los medios más modernos
la ley de Cristo, su amor,
rompiendo del mal los hierros.

Lo que Eva quitó a sus hijos
por Jesús nos es devuelto:
las fuentes de salvación
para todos se han reabierto.

Que no nos frene el temor
ni se nos canse el deseo
de ayudar a los hermanos
buscando el destino eterno.

Jesús, hijo de María,
de apóstoles el modelo,
con el Padre y el Espíritu,
a ti gloria y honor pleno.
Amén.

Mirad en la primera cúpula representados dos grupos de orantes, formados por los representantes de la humanidad: desde el humilde obrero al sumo pontífice.
Tú, María, tienes una misión social.
Primero, santificaste una casa, domicilio de las virtudes domésticas: ¡guarda la primera sociedad, que es la familia!
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Segundo, diste principio a la vida religiosa con el voto de virginidad y la observancia de una perfecta obediencia y pobreza: ¡guarda la sociedad religiosa!
Tercero, llevaste en brazos a la Iglesia naciente, sociedad sobrenatural instituida por tu Hijo Jesús: ¡guarda a la Iglesia!
Cuarto, te fue confiada la humanidad, de la que eres madre espiritual y que debe hermanarse en una sociedad supranacional: ¡únanse por ti los hombres en la verdad, caridad, justicia; guarda la Sociedad de las Naciones!
Quinto, en Jesucristo eres la Madre de la civilización surgida del evangelio y desarrollada por obra de la Iglesia: ¡guarda la verdadera civilización!
Así ruega la Iglesia: «Augusta cœlorum Dómina et apostolorum Regina, júgiter exora, ut omnes gentes agnoscant quia Dóminus est Deus et non est alius præter eum».10

Canto: «Regina jure díceris».


«Un día a verla iré - al cielo patria mía, - allí veré a María - oh, sí, yo la veré».11
Nuestra mirada se detiene gustosamente a considerar los episodios de vida y santidad de Jesús y de María, que nos indican por qué caminos se pasa para llegar allá arriba, donde estáis aguardándonos, el cielo, en el que compartís el reino con tu Hijo, ensalzada por una inmensa multitud de ángeles, coronada por la Sma. Trinidad con la triple corona de la sabiduría, la potencia y el amor.

Canto: «Desde tu trono, Reina de los cielos».
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1 “Deo Óptimo Máximo”, inscripción común en la arquitectura sacra medieval.

2 Jn 19,26-27.

3 Salmo 75,12.

4 Cf. Lc 10,20.

5 «De los mismos bienes que nos has dado»: de la liturgia, oración de ofrenda después de la consagración en el canon romano.

6 El Diario da referencias de los varios borradores de este “prefacio”, redactados entre el 11 y el 19 de octubre de 1954.

7 Mc 8,3.

8 «Eres bendita del Señor, hija, pues por ti hemos tenido parte en el fruto de la vida», antífona mariana inspirada en la figura bíblica de Judit.

9 Mt 17,5.

10 Antífona de vísperas en el oficio de la Reina de los Apóstoles. “Augusta Señora de los cielos y Reina de los Apóstoles, ruega insistentemente que todos los pueblos conozcan que el Señor es Dios y no hay otro fuera de él”.

11 De un canto popular mariano.