Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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Sección III
MEDITACIÓN Y ORACIÓN

De los dos volúmenes Breves meditaciones para cada día del año, publicados por el P. Alberione en 1948, entre las numerosísimas fórmulas oracionales que contienen, escogemos algunas de las que cierran la meditación del día. Son un testimonio de la extraordinaria capacidad de transformar cualquier punto de reflexión en oración a Dios, o a la Virgen o a los santos. Reproducimos aquí las más significativas.

A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

1.

Señor, me habéis creado a vuestra semejanza; si en mí está la imagen de las tres divinas Personas, quiero imitar vuestra vida íntima. Padre, santificad mi voluntad haciéndola dócil a vuestros designios; Hijo divino, llenad de vos mi mente; Espíritu divino, infundid en mi corazón una auténtica caridad sobrenatural. Yo sé que vos, Trinidad santísima, habitáis en el alma del justo y continuáis en ella vuestras operaciones eternas: el Padre, engendrando al Hijo, y dando entrambos origen al Espíritu Santo.1
~
2.

Honor, adoración, acción de gracias y amor a la santísima y augustísima Trinidad, ahora y siempre por los siglos.
Yo creo, adoro y amo para poder un día contemplaros en la visión eterna, poseeros en medida eterna y amaros con eterno gozo.2
~
AL ESPÍRITU SANTO

1.

Espíritu santificador, descended de nuevo sobre la Iglesia, para que ésta tenga pastores dignos, dignos religiosos, fervorosos apóstoles de la verdad, buenos misioneros, fervientes religiosas y muchas almas santas.
Espíritu santificador, impregnad mi mente para que yo viva de fe; impregnad mi voluntad para que mi esperanza sea cada vez más firme; impregnad mi corazón y haced que yo os ame siempre más a vos, Dios mío, y a mi prójimo.3
~
2.

Divino Espíritu, enseñadme lo que Jesús predicó. Dadme inteligencia para entender, memoria para recordar, voluntad dócil para practicar, corazón generoso para corresponder a vuestras llamadas. Arrancadme el corazón de piedra y sustituidlo con un corazón sensible.4
~
3.

Infundidme, Espíritu divino, la virtud de la caridad para que yo os ame cada día más intensamente. Dadme una caridad sincera, convencida, profundamente sentida. Dadme una caridad afectiva, cordial, para que yo busque de veras vuestra gloria. Dadme una caridad efectiva que se manifieste en obras, cumpliendo vuestra voluntad. Dadme una caridad suma, para que yo os aprecie y ame, Dios mío, sobre todas las cosas.5
~
A JESÚS REDENTOR, SALVADOR, MAESTRO

1.

Jesús, salvador del mundo, atraed a vos todos los hombres, como habéis prometido: «Atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32); desde lo alto de la cruz seguid dirigiendo los ojos y la oración al Padre por los hombres errantes como un rebaño disperso: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34); y continuad teniendo vuestros brazos abiertos a los hombres en dulce invitación acogedora: «Acercaos a mí todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os daré respiro» (Mt 11,28). Atraed hacia vos mi mente, mi voluntad y mi corazón.6
~
2.

Dulcísimo Señor mío Jesucristo, te ruego que tu pasión sea para mí una fuerza que me pertreche, me proteja y me defienda; tus llagas sean para mí alimento y bebida que me nutran, embriaguen y deleiten; la efusión de tu sangre me lave de todos mis pecados; tu muerte sea para mí vida sin fin y tu cruz sea mi gloria eterna.
En estas sagradas realidades quiero tener mi alimento, el regocijo, la salud y la dulzura de mi corazón.7
~
3.

Jesús Maestro, hacedme conocer cada vez mejor vuestro gran don. Es un don divino: la inteligencia podrá conoceros como os conocéis vos mismo, y mi corazón gozará de vuestro propio gozo. Dios mío, ¡me habéis creado por segunda vez! Estoy lleno de santa alegría. Os doy gracias con toda el alma y aguardo la eternidad para agradeceros todo dignamente.8
~
4.

Cuanto más considero, oh buen Maestro, la obra de la redención, más me admiro. Ahora comprendo que los hombres grandes de veras son auténticos cristianos. Una ciencia superficial aleja del cristianismo a los hombres; en cambio, una ciencia profunda les hace volver a él. Señor, que yo esté siempre bien abrazado a tu Iglesia; que comprenda sus beneficios, los aprecie y me deje guiar; que ni palabras vacías, ni inconsideradas oposiciones me hagan mella. «¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).9
~
5.

Maestro bueno, introducidme en el conocimiento de vuestros misterios e iluminadme para comprender las enseñanzas que nos vienen de vuestra vida. Cada una de vuestras aciones es para mí una indicación y una norma que yo he de meditar y seguir dócilmente. Ayudadme con vuestra gracia; sostenedme en las dificultades del camino; dadme la perseverancia hasta el final. Quiero estar con vos, Jesús, hoy y todos los días, hasta que os encuentre para siempre en el cielo.10
~
6.

Maestro divino, enseñadme y atraedme al camino de vuestras predilecciones. Hacedme aprender vuestra humildad, apreciar y buscar la pobreza, sacrificarme interior y exteriormente, amar en todo vuestra voluntad. ¡Tened piedad de mí! Vos podéis infundirme vuestros gustos y vuestras preferencias. ¡Tened misericordia de mi pobre alma!11
~
7.

Maestro divino, vuestras virtudes son sublimes y heroicas. Os habéis hecho mi amable Maestro. He comprendido ahora vuestra misión: primero hacer, luego hablar. Treinta y tres años de apostolado del ejemplo, tres años de apostolado de la palabra. Si no entendiera yo la elocuencia de este hecho, sería de cabeza demasiado dura. Quiero, ante todo y sobre todo y siempre, edificar al prójimo con una vida ejemplar.12
~
8.

Corazón divino de Jesús, inflamad mi alma con vuestro santo amor, pues es vuestro don y yo no busco otra cosa. Vos sois todo mi bien.
Vos sois mi paz y mi confianza, mi refugio seguro. Haced que también de mí pueda decirse: «No se ocupa de otras cosas, lo da todo y no busca más que a Dios, en quien reposa y se siente rico; sólo en Dios vuela, corre, exulta, se ve libre y es feliz».13
~
9.

Contemplaré vuestro Corazón: él es la teología, la práctica, la oración del amor vivo. Se manifestó a santa Margarita Alacoque rodeado de viva luz, coronado de llamas, llevando una cruz, atravesado por una lanza y con una corona de agudísimas espinas. La luz es la ciencia del amor, la cruz la prueba del amor efectivo, las espinas nuestros pecados veniales, la lanzada el símbolo del pecado grave. Todo esto es camino, verdad, vida.14
~
10.

Amabilísimo Jesús mío, dadme vuestra dulzura, haced mi corazón semejante al vuestro. Tengo que escuchar vuestro mandato: «Sal a los caminos y veredas y oblígales a entrar hasta que se llene la casa» (cf. Lc 14,23). Pero también debo escuchar vuestra invitación: «Aprended de mí que soy sencillo y humilde» (Mt 11,29). La humildad y la dulzura son el camino para llegar a los corazones.15
~
11.

Maestro mío crucificado, he percibido vuestra indicación: «El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga». Este es el camino para unirme más íntimamente a vos y obtener abundante comunicación de gracia: «Muy a gusto presumiré de mis debilidades, para que resida en mí tu fuerza» (cf. 2Cor 12,9). En esta subida al Calvario quizás me dejaré caer bajo el peso de la cruz, pero enseguida elevaré la voz a vos, que también caisteis para levantar a los caídos. En vos está mi confianza: «Porque tú eres, Señor, mi fuerza salvadora» (cf. 2Sam 22,2).16
~
12.

Maestro y consuelo mío, Jesús, os contemplo en la cruz. ¿Cómo sería yo discípulo vuestro si renunciara a la mortificación? Para ser discípulo vuestro, tengo que dominar mi orgullo, mi sensibilidad, mi corazón, la ira y el amor a las comodidades. Vos me lo decís, incluso callando, desde la cruz. ¡Ea!, socorred mi debilidad, hacedme paciente, dulce, calmo, puro...17
~
13.

Aquí estoy, Señor, ante vos: soy el pobre ante el único rico; soy el débil ante el único poderoso; soy el hijo pecador ante el Padre ofendido. Me abandono a vos, seguro de que no quedaré confundido. Ayudadme a pensar según verdad; a desear lo que es según justicia; a confiar en vuestra misericordia. Repetiré a menudo: Vos, Señor, sois el todo, yo soy la nada.18
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14.

Señor, infundid en mí una caridad semejante al amor que vos tenéis por mí. Que yo os ame como me amáis vos, oh Dios caridad. Vuestro amor es perpetuo: «Te amé con amor eterno» (Jer 31,3); es desinteresado, pues me amáis sólo para beneficiarme; es generoso, pues os dais enteramente; es preveniente, ya que me habéis amado antes de que yo pudiera entender vuestro amor. Comprendo vuestro corazón: «Mi delicia es estar con los hijos de los hombres» (cf. Prov 8,31). ¡Que yo os ame con amor constante, puro, generoso, progresivo!19
~
15.

Señor, me abandono totalmente a vos; y espero, porque sois misericordioso con los hijos que confían en vos. Espero, porque sois omnipotente, y podéis, pues, atender todos mis deseos. Espero, porque nos habéis prometido el paraíso y todos los auxilios para alcanzarlo. Vuestra palabra nunca se desdice, aunque fallen los hombres y pasen los cielos.20
~
16.

Jesús Maestro, os contemplo en el acto de lavar los pies a los apóstoles. Vos os arrodilláis a sus pies; a los pies de vuestras creaturas; a los pies di Pedro que iba a negaros; de Judas que os traicionaría; de los demás que os abandonarían... ¡Qué reproche para mi orgullo!
Y lo habéis hecho de todo corazón; vuestra humildad es sincera, no una hipocresía. ¡Es también misteriosa! Como es asimismo misterioso mi orgullo, pues a pesar de haber constatado tantas veces mis innumerables errores, en práctica siempre pretendo honor, respeto y los primeros puestos. Señor, cambiad mi corazón: «Si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13,14).21
~
17.

Jesús Maestro, os contemplo en Nazaret, ejerciendo vuestra obediencia constante, afectuosa y detallada. Me confundo ante mis numerosas obstinaciones y mi gran presunción de saber conducirme a mí mismo. ¡Cuántos méritos preciosos he perdido! Quizás haya llegado incluso a ingratitudes, a murmuraciones y claras oposiciones a mis superiores... Tal vez he considerado la obediencia como virtud de los ignorantes, de los pequeños, de los débiles... Jesús mío, ¡qué reproches siento en mi corazón! ¡Qué lejos estoy de vuestros ejemplos! Pero vos, por misericordia, haced mi corazón dócil como el vuestro.22
~
18.

Jesús Maestro, sois la verdad y el amador de la verdad. Nadie os repugna más que el hipócrita, el mentiroso, el simulador, el falso...; por eso habéis amado tanto a los sencillos y condenado a los fariseos. Os agradaban los pastores, los niños, los apóstoles escogidos entre la gente simple. Habéis condenado a los fariseos: «¡Ay de vosotros, que os parecéis a los sepulcros encalados, y por dentro estáis llenos de huesos y podredumbre! ¡Ay de vosotros, hipócritas!» (cf. Mt 23,13.27). Señor, yo detesto toda ficción, hipocresía y mentira; deseo que la verdad esté siempre en mi mente, en mi corazón, en mi boca y, más que todo, en mi vida.23
~
19.

Condecedme, Señor, el socorro de vuestra misericordia para que yo viva como hombre y como cristiano. Haced que yo venza la ira y la debilidad y practique la auténtica mansedumbre. Que yo venza la gula y practique la mortificación. Que yo frene la soberbia y practique la santa humildad. Que yo venza la ambición y practique la modestia cristiana. Que yo venza la vana curiosidad y ame santamente la verdadera ciencia. Que yo contenga la lengua y el desorden en el obrar y viva según una regla establecida con el consejo del director espiritual.24
~
20.

Jesús Maestro, dadme vuestro espíritu de oración. ¡Qué oraciones brotaban de vuestro corazón en el pesebre, en la casa de Nazaret, en las noches insomnes, en Getsemaní, en la cruz! Vuestras últimas palabras fueron oración: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Concededme la santa perseverancia. Mañana y tarde, a menudo durante el día y en el curso de la noche, nunca callen mis labios y jamás se duerma mi espíritu...25
~
21.

Debo y quiero orar con la Iglesia, que es maestra de oración. Por la liturgia todos los miembros del cuerpo místico participan auténticamente en el culto de adoración infinita que Jesucristo, su cabeza, da continuamente al Padre: «pues está siempre vivo para interceder por nosotros» (Heb 7,25). Se realiza plenamente la palabra del Maestro: «Se acerca la hora en que los que dan culto verdadero adorarán al Padre con espíritu y lealtad» (Jn 4,23)...
Señor, infundidme vuestro Espíritu para que yo entienda y siga a la santa madre Iglesia, de la que quiero ser, vivir y morir como verdadero hijo.26
~
22.

Padre, escuchadnos por vuestra bondad; hacednos fuertes en el espíritu y modestos en nuestra conducta, para que se nos reconozca semejantes a nuestro divino modelo Jesús. Nuestro comportamiento exterior no ha de ser hipocresía o afectación, sino la expresión de profunda humildad, pureza, piedad y estima del prójimo. Pero también es necesario obrar el bien ante los hombres de modo que ellos vean y os glorifiquen, Padre celestial. Os lo pedimos por vuestro Hijo Jesucristo que en todo os ha complacido.27
~
23.

Señor, reconozco en la conciencia vuestra voz que se deja sentir en el fondo de mi ser, para preservarme de las ensoñaciones funestas; para levantarme, si hubiera caído; para empujarme, si me detengo; para sacudirme de la cobardía; para sostenerme en las debilidades. Señor, haced que yo sea dócil a vuestra voz, según la admonición: «Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis el corazón» (Sal 94,11).28
~
24.

Señor, haced que yo sea recto de corazón; que aleje de mí toda clase de engaños; que mi conciencia nunca pueda reprocharme; ¡hacedme oír siempre la saludable llamada de mi conciencia, que es vuestra voz!29
~
25.

Señor, os doy gracias por el gran talento del tiempo que me habéis concedido hasta ahora; y por el que me concederéis aún. Pero, por vuestra misericordia, añadid gracia a gracia: que yo emplee todo el tiempo para vos y para el alma, cumpliendo vuestra amabilísima voluntad.30
~
ORACIONES A MARÍA

1.

María, madre de la Iglesia, obtened un renovado Pentecostés para ella, para sus ministros y para todos los apóstoles. Obtenedle hijos devotos, libertad en el ejercicio de su misión, unión de los fieles con el sumo pastor.31
~
2.

María, vos que llevasteis en vuestros brazos a la Iglesia naciente, dadme vuestro espíritu, para que yo os siga en las virtudes de la vida pública. Haced que la acción del laicado apostólico en la Iglesia sea servicial, generosa, constante. Bendecid a cuantos aman a la Iglesia y trabajan con ella y por ella en los diversos apostolados.32
~
3.

María, madre de Jesús, el gran sacerdote, acreced el número de los sacerdotes, interceded por ellos, tratadles con la misma maternal solicitud que tuvisteis con Jesús sacerdote, vuestro Hijo. Santificadles y haced fructuoso su ministerio. Obtenedles una santa muerte y libradles del purgatorio.33
~
4.

Son innumerables los beneficios que de vos he recibido, oh Madre... ¿Cómo podría yo no recordaros e invocaros, particularmente los sábados? Madre, aunque yo lo olvidara, recordádmelo vos. Tenéis a los ángeles a vuestro servicio en el cielo, felices de asistir a su Reina. Avisadme mediante especiales inspiraciones del ángel de mi guarda o del arcángel san Gabriel.
Yo quiero obsequiaros todos los días, ciertamente, como el niño que pide cada día a su madre el pan. Pero, los sábados, el niño sabe que la mamá le prepara cosas para el domingo. Así vos conmigo: obtenedme vivo dolor de los pecados y confesión de los mismos; amor intenso y deseo de una comunión fervorosa el domingo. Preparadme para Jesús; dadme a Jesús, guiadme hasta Jesús en el paraíso, y yo le cantaré, con vos, un eterno Magníficat.34
~
5.

Virgen santísima, la creatura más querida de Dios: yo te contemplo serena, generosa y siempre dispuesta a su voluntad en las penas y en los consuelos; guíame con la luz de tus ejemplos santísimos; socorre mi fragilidad, para que yo sea siempre un hijo dócil en las manos de Dios y que él pueda disponer de mí según su sabiduría y amor.35
~
6.

María, modelo de todo discípulo de Jesús, obtenednos vuestra misma docilidad. Alejad de nosotros el orgullo, los prejuicios, la obstinación y las pasiones que endurecen el corazón y oscurecen la mente. María, madre del Maestro y discípula suya, guiadme por vuestro camino.36
~
7.

María, modelo de las almas amantes y de las fervientes adoradoras, os pido tres gracias preciosas: conocer al Dios escondido en el sagrario; buscar su presencia, en santa intimidad; vivir habitualmente con el corazón dirigido a él.37
~
8.

María, creo en tu amor, creo en tu poder, creo en tus ojos misericordiosos. Aumenta mi fe y mi esperanza en tu bondad y en tu intercesión. Y como no hay alma más miserable que la mía, pienso que tienes para mí las mayores atenciones, pues tu gloria está en salvar a los grandes pecadores.38
~
9.

Virgen María, vuestra vida estuvo íntimamente unida a la de Jesús sacerdote. Vos fuisteis su primera discípula, así como la primera colaboradora; bebisteis siempre de él la sabiduría y cooperasteis en su obra sacerdotal. Por eso ahora en el cielo os sentáis a su derecha. Enseñadme y guiadme por este camino regio y seguro.39
~

1 S. Alberione, Breves meditaciones para cada día del año,vol. I (BM1), Alba 1948, p. 12.

2 BM1, p. 12.

3 BM1, p. 17.

4 S. Alberione, Breves meditaciones para cada día del año, vol. II, (BM2), Alba 1948, pp. 311s.

5 BM2, pp. 333s.

6 BM1, pp. 15s.

7 BM1, pp. 421s.

8 BM1, p. 161.

9 BM1, pp. 155s.

10 BM1, p. 364.

11 BM1, pp. 440s.

12 BM1, p. 404.

13 BM1, p. 447.

14 BM1, p. 255.

15 BM1, p. 345.

16 BM1, p. 309.

17 BM1, p. 316.

18 BM2, p. 314.

19 BM1, p. 253.

20 BM1, p. 244.

21 BM1, pp. 285s.

22 BM1, p. 367.

23 BM2, p. 170.

24 BM1, p. 275.

25 BM2, p. 132.

26 BM2, pp. 143s.

27 BM1, pp. 327s.

28 BM1, p. 105.

29 BM1, pp. 107s.

30 BM1, pp. 34s.

31 BM1, p. 496.

32 BM1, p. 485.

33 BM1, pp. 473s.

34 BM2, pp. 433s.

35 BM1, p. 477.

36 BM1, p. 483.

37 BM1, p. 481.

38 BM1, p. 487.

39 BM1, p. 498.