Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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31. APOSTOLADO SACERDOTAL EN EL ESPÍRITU DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA.

Desconfiar de nosotros mismos y confiar en Dios. Humildad y confianza forman la santidad del alma. ¡El Señor os quiere dar, dar, dar! Acoged, pero recordad que él no puede renunciar a esto: que todo sea hecho solamente para su gloria.
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Dios tiene contemporáneamente corazón de padre y de madre1; todas las cualidades paternas y maternales están en él en grado infinitamente perfecto para nuestro bien. Pero cuando nosotros somos altaneros, él no puede obrar. Entonces, permite que el alma se equivoque, caiga, para que se reconozca; que vuelva a ser humilde, y él pueda continuar dando como antes y más que antes.
¡Qué miserables somos nosotros! y por otra parte, ¡qué bueno es el Señor! Por cuanto se estudie la bondad de Dios, no llegaremos nunca a comprenderla.
Tened confianza en que el Señor haya olvidado y perdonado las culpas pasadas; confianza en que os haga santas a pesar de todo. Él eligió como Papa a san Pedro después de su grave culpa, pero le pidió antes el arrepentimiento, lágrimas y humillación2.
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¿No se ha mostrado muy bueno con vosotras el Señor? Y ¿por qué no habéis aprendido todavía a confiar en su palabra, en sus promesas?
Llamad y se os abrirá; pedid y obtendréis. Si un hijo pide al Padre pan, ¿le dará éste una piedra? y si le pide pescado, ¿le dará un escorpión?3. El Padre celestial es mucho más bueno que los padres de la tierra, él os dará su espíritu, os dará la santidad que deseáis, si se la pedís con confianza. Las demás cosas os las dará en cuanto sirvan para su gloria y para vuestro bien.
Gloria de Dios, santificación nuestra, salvación de las almas. Las primeras dos gracias se obtienen siempre, la tercera en cuanto se encuentre correspondencia en las almas por las que se reza.
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Pedid para vosotras en particular la gracia de poder comprender y ejercer bien vuestro apostolado sacerdotal.
Pongamos antes los fundamentos: Jesucristo es el gran Sacerdote, María es la gran Mujer, María es la Mulier del Génesis4, de Caná5, del Cenáculo6, del Calvario7, del Apocalipsis8. En los grandes momentos Jesús la llamaba Mujer. La Mujer que también en el cielo tiene en manos el corazón mismo de Dios y es la Mediadora.
El Sacerdote es como Jesús; la Pía Discípula es como María. La Pía Discípula tiene que realizar junto al Sacerdote el oficio que la Virgen María realizó junto a Jesús, el primer Sacerdote. Jesús y María fueron compañeros en la vida, en el trabajo, en el sacrificio; así tiene que ser del Sacerdote y de la Discípula. Acompañaréis al Sacerdote hasta el Sacrificio y compartiréis con él el pan eucarístico. Rezaréis para obtener el Sacerdote, lo acompañaréis en la enfermedad, lo seguiréis hasta después de la muerte, hasta que os encontréis con él en el cielo, en el eterno Tabernáculo.
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En el paraíso terrenal, en el principio de la humanidad, Dios ha instituido el matrimonio. Él dijo: No está bien que el hombre esté solo, hagámosle una ayuda semejante a él9. No era bueno que Jesús estuviese solo, y tuvo cerca a su Madre, la Virgen María. No es bueno que en la Iglesia el Sacerdote esté solo, tiene que tener la colaboración de la mujer.
Dios mandó a Adán un sueño profundo, y mientras estaba durmiendo le quitó una costilla..., formó con ella a la mujer y la condujo hasta Adán. Adán la saludó llamándola Virago10. El Señor quiso que de la unión del hombre con la mujer se multiplicase el género humano. El matrimonio fue, pues, bendecido por Dios al principio de la humanidad, y Jesucristo en Caná lo consagró.
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En el estado sobrenatural, Dios actúa también así. De la misión de Jesús y de María reciben vida y salvación las almas.
Como consecuencia, viene una gran estima hacia el Sacerdote por parte de la Discípula y hacia la Discípula por parte del Sacerdote. Hablando a vosotras: considerad al Sacerdote según la naturaleza y según el carácter sacerdotal.
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Conforme a la naturaleza. Es un hombre como otro. Por lo tanto, la debida distancia. La paja no puede estar cerca del fuego, de lo contrario, el fuego consume la paja y luego se apaga, y la destrucción de la paja, el consumo del fuego, serían una ruina. No están bien agua santa y tierra, se formaría lo mismo el lodo. No se lee que María fuese una Madre que mimase excesivamente a Jesús. Lo trató siempre con dignidad.
Viviendo en contacto con el Sacerdote, es fácil que veáis su lado material. Él necesita ir a la mesa, experimenta las necesidades comunes. También Jesús se quiso someter a ellas, y la Virgen lo servía.
Podéis apreciar al Sacerdote también por sus dones naturales, pero no os detengáis en ellos. El Sacerdote puede ser culto, sano, joven, activo, puede incluso ser un familiar vuestro. Pero éstos no son los títulos que cuentan, los motivos esenciales. Hay una base bien distinta; de lo contrario, cuando el Sacerdote se hace mayor, atolondrado, ¿no lo querréis? ¡Aún más; tenéis que quererle más!
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Conforme al carácter sacerdotal. El Sacerdote es ministro de Dios; su dignidad supera la dignidad de los Angeles. Santa Teresa11 habría besado siempre con veneración el lugar donde había pasado el Sacerdote. En la Historia Eclesiástica, es siempre impresionante el hecho de San Efrén12, de San Nicolás de Flüe13 y sobre todo de San Francisco de Asís14, que, por humildad, renunciaron a ser Sacerdotes.
El Sacerdote es el alter Christus15. Bautiza, da la vida sobrenatural; absuelve y vuelve a dar la gracia; instruye e ilumina al alma; comunica y da a Jesús; gobierna y dirige las almas. La guía, la prudencia y la obra del Sacerdote llevan a Dios a las almas y las santifican.
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Gran estima, por lo tanto, para el Sacerdote; no juzgarlo nunca menos bien; no hablar nunca mal, esto sería insoportable. No queráis tocar a mis Ungidos16; esto os privaría de muchas gracias.
Siempre a la debida distancia; evitar todo contacto superfluo o inútil; también en la confesión sed brevísimas; ciertos puntos tratadlos con particular brevedad y prudencia. Cuento con vuestra inteligencia y vuestro sentido común, y espero que comprendáis bien, incluso si no bajo yo a detalles o no me explico más.
Mientras veáis al Sacerdote en el altar, en el confesionario, y estéis a la debida distancia, lo estimaréis más y seréis más apreciadas por él.
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Es grande y sublime vuestro oficio hacia el Sacerdote. Suplicad a Dios para obtener vocaciones sacerdotales. Todavía no entró en el mundo la persuasión de que es un honor grande para una familia el poder consagrar a Dios una hija o un hijo. La devoción a la Reina de los Apóstoles tiene que dar también este fruto, este convencimiento, esta ambición: dar a Dios los propios hijos, hacer de ellos Sacerdotes, religiosos, religiosas. Difundid este concepto: si el Señor se digna escoger y tomar en una familia una flor para llevarla cerca de su Tabernáculo, al servicio de su altar, ésta es una gracia grande, es un gran mérito y es prenda de la eterna salvación. No se pierden, si no es por obstinación, las personas de la familia que han ofrecido y consagrado al Señor un hijo o una hija.
Dar al Señor los sujetos mejores. El demonio no se enfada si van a hacerse religiosas las hijas que son solamente buenas mujeres, y si entran entre los religiosos jóvenes de poco peso. El demonio impide especialmente aquellos que hacen un mayor bien.
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Se imprimió este año un calendario que tiene en la portada una bella imagen de la Reina de los Apóstoles. Los donativos serán para la construcción de la iglesia. Pero deseamos que antes de edificar el templo material a la Virgen, ella reine en las almas y que obtenga y multiplique las vocaciones.
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1 Cf Is 49, 15.

2 Cf Jn 21, 15-19.

3 Cf lc 11, 9-13.

4 Cf Gén 3, 15.

5 Cf Jn 2, 4.

6 Cf Hch 1, 14.

7 Cf Jn 19, 26.

8 Cf Ap 12, 1ss.

9 Gén 2, 18.

10 Gén 2, 21-23.

11 S. TERESA DE AVILA (1515-1582), Doctora de la Iglesia.

12 S EFRÉN siro (306-372), Doctor de la Iglesia.

13 S. NICOLÁS DE FLÜE (1417-1487).

14 S. FRANCISCO DE ASÍS (1182-1209).

15 Frase común en S. Pío X, Papa.

16 Sal 104, 15.