Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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15. FE Y CONFIANZA

Roma, 7 de marzo de 1947


Visitando vuestra casa de Milán, he visto en la capilla la imagen del Divino Maestro, que está como en un trono. Es bello, devoto, parece llamar y esperar a todas las Pías Discípulas, para cubrirlas con su luz, para colmarlas de gracias, de bendiciones, de los dones del Espíritu Santo.
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Ahora quiero encomendaros esto sobre todo: fe y confianza.
Una vez que el alma se ha abandonado a los cuidados del Padre celestial, de Jesús, una vez que se ha entregado a la acción del Espíritu Santo, crea y deje obrar confiadamente, siguiendo con gran docilidad.
Abandonarse a la infinita sabiduría, a la infinita bondad, al amor infinito de Dios, y luego dejar que Él disponga, guíe, obre, sin turbaciones, sin agitaciones, sin extravíos por nuestra parte. Nada tiene nunca que turbar al alma que se ha entregado a Dios para ser totalmente suya.
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Os habéis entregado a Jesús como esposas suyas. Él tiene cuidado de vosotras y os quiere mucho más de lo que os queréis vosotras mismas. ¿Os habéis preocupado en algún momento por contar los pelos de vuestra cabeza? Pues bien, el Esposo los tiene contados todos1, y no cae uno sin su consentimiento2. Tanto más su cuidado y su protección se extenderán a acontecimientos de mayor importancia. ¿Qué os puede pasar sin que lo quiera, sin que lo permita el Señor?
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Se cree todavía demasiado poco en la sabiduría de Dios, en su bondad, en su amor.
El Señor necesita y busca almas que crean en Él, que tengan confianza, que se abandonen; él pensará luego en su santificación y en su premio.
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Vosotras sois continuamente objeto de las atenciones divinas, de las divinas predilecciones. Nada sucede por casualidad, ni siquiera lo que puede parecer insignificante. El encuentro con aquella hermana, la indisposición, el resfriado, los cambios atmosféricos, toda circunstancia, por pequeña que sea, está guiada, dispuesta por la infinita bondad de Dios.
Nada sucede por casualidad. Nuestra vida está entretejida de pequeños hilos, que constituyen como la tela tejida por la mano sapientísima de Dios.
¡Cuánto os santificaríais si supiérais corresponder a toda la voluntad de Dios, aunque se exprese en cosas mínimas!
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¡Vivir de fe! Dejarse guiar por Dios. ¡Oh, entonces cuántas palabras menos con los hombres y cuántas más con Dios! ¡Cuántos menos coloquios vanos y vacíos, y cuántas más comuniones de intimidad con la Santísima Trinidad que lleváis en el corazón!
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Considerémonos hijos del Padre celestial, objeto de amor por parte de la divina Providencia. Esta Providencia divina algunas la reducen al puchero, al saco de harina...; es mucho, mucho más amplia. Y llega hasta los mínimos particulares de nuestra vida.
Pedid la gracia de comprender el orden de la Providencia divina, de caminar en su luz, de dejaros conducir por su beneplácito.
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Consagrarse al Señor en la vida religiosa quiere decir alcanzar una más íntima unión con él, y consumar por Él solo vuestra existencia.
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Si el noviciado no llevase a comprender y vivir un mayor espíritu de fe, no estaría bien hecho.
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Cuando luego la persona hace la Profesión, Jesús mismo se compromete a santificarla. Imagina mil invenciones de amor para hacer alcanzar al alma aquella unión con él que él mismo ha establecido y desea. Saltos, contrastes, dificultades, penas, alegrías, titubeos del espíritu, no son sino esfuerzos del Esposo para embellecer el alma de la Esposa.
¡Oh, cuán providenciales son ciertas oscuridades, soledades, incomprensiones! Es Jesús el que permite la prueba, la frialdad, la tentación.
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Sepamos alabarlo cuando todo funciona bien, pero sepamos ser agradecidos y bendecirlo también cuando las cosas van contrariamente a lo que deseamos.
¿Tenéis que soportar un pequeño dolor? Y si Jesús se complace en tomaros consigo en la cruz, ¿no tenéis que darle gracias? El Padre celestial entonces ve en vosotras a su Divino Hijo sufriente.
¿Tenéis alegrías, consuelos? El Padre celestial los permite para manifestaros su bondad, para haceros menos penoso el destierro, para hacer entrever algún fugaz resplandor de la patria. Sabed acoger humildemente y dad gracias.
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¡Qué jornadas meritorias se podrían transcurrir viviendo en el espíritu de fe!
Si tuviéramos fe verdadera, una fe como un granito de mostaza, podríamos, según la expresión del Divino Maestro, transportar las montañas3.
Hay poca fe también en las personas religiosas, que en cambio tendrían que tener mucha y difundirla en los demás.
No dejéis penetrar principios demasiado humanos, discursos humanos, razonamientos del mundo; no comuniquéis nunca a las demás que tratan con vosotras ciertos modos de juzgar, de pensar, de ver que son contrarios a la fe. ¡Pobres vidas espirituales, sin fundamento!
¡Fe y confianza! En todo, siempre, sabed reconocer y leer la sabiduría de Dios, su amor, su bondad.
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Puesto que, por vuestra parte, la Profesión religiosa significa el empeño de tender a la perfección, por parte suya, Dios os da el céntuplo de gracia, de dones y os promete el céntuplo de gloria4.
Cuando entráis a formar parte de la Familia de Dios, os contáis entre los que buscan solamente a Dios y el Señor se interesa por vosotras con una particularidad e intimidad tales, que, si vosotras escucharais y siguierais bien la voz de Dios, en seis o siete años llegaríais a una profunda unión con él, a una intimidad tan estable, que nada ni nadie conseguiría ya turbaros, agitaros, exaltaros o haceros perder.
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Esta unión serena y estable, es anticipo de la paz que se gozará en el cielo. No sólo. El alma que se deja guiar tan confiadamente y que dócilmente sigue la acción de Dios, especialmente en las cosas interiores, no hará purgatorio. El Purgatorio existe para purificar, para quitar lo que falta al amor, a la confianza, a la pureza, a la unión perfecta con Dios. Pero las almas que, abandonándose a su amor, han alcanzado desde esta tierra tal unión, en el momento de la muerte se unirán con él en la perfecta intimidad del cielo. Si algo quedase por purificar, Dios dispone que el alma satisfaga todo sobre la tierra.
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Como vuestra alma, así vuestro Instituto está en las manos y en la custodia del Padre celestial. Fiaos de él.
Temo que entre demasiado razonamiento humano, y los razonamientos demasiado humanos producen angustia, dispersan las fuerzas, y disminuyen los méritos.
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Que el Señor pueda obtener y realizar en vosotras todo lo que quiere: vuestra santificación. Que alcancéis una perfección alta, y después de la muerte: ¡en seguida el Paraíso!
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Reparad con actos de fe. Ahora, con el fin de reparar, recitamos el Bendito sea Dios, para compensar las muchas faltas de fe.
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Creced en el espíritu de fe, porque siendo ésta la raíz de toda santificación, sin la fe las demás virtudes no subsisten.
Pedid aumento de fe; fe vivida en las pequeñas y en las grandes circunstancias; fe cada día, a cada instante.
Siempre y en todas las cosas, en todo, descubrid y creed en la presencia de aquel Dios que tanto nos ama.
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1 Cf Lc 12, 7.

2 Cf Lc 21, 18.

3 Cf Mt 17, 20.

4 Cf Mt 19, 26.