Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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CAPÍTULO IV
EL ESTUDIO

§ 1. - EL ESTUDIO EN GENERAL

Importancia.
El sacerdote tiene una necesidad absoluta y continua del estudio. Absoluta, porque lo necesita en su alta misión de salvar almas; continua, porque no debe olvidar las cosas aprendidas, aprender otras nuevas, ser hombre del presente y no de tiempos pasados.
El sacerdote es médico de las almas no solamente en el confesionario, sino en el púlpito, en sus relaciones, en todas las explicaciones de su actividad, y debe saber dar un diagnóstico de las enfermedades del alma y aplicarles los remedios oportunos.
El sacerdote es abogado de Dios en medio del pueblo, lo que comporta que debe saber lo que Dios quiere, no solamente su ley sino también la capacidad para darla a conocer.
El sacerdote es juez, y por tanto debe saber resolver cuestiones morales, dogmáticas, etc.
Y hay otras razones: el estudio aleja de una vida disipada; en muchos lugares, si al sacerdote no le gusta estudiar y es escaso el trabajo del ministerio, ¿cómo pasar el tiempo? Fácilmente caerá en el ocio, del que se derivan todos los vicios: Multam malitiam docuit otiositas.1
Con mayor motivo deberá estudiar el sacerdote joven, pues carece de muchos conocimientos útiles y necesarios en
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la práctica. Si no estudia, puede adoptar una vida que le lleve a la ruina más fácilmente que a los sacerdotes ancianos.

Finalidad del estudio sacerdotal. El fin inmediato de la misión del sacerdote es la salvación de las almas, pues es ante todo y sobre todo pescador de hombres. Establecido este punto indiscutible, la regla para elegir las materias de estudio consiste en elegir las que ayudan en esta misión, dejar las inútiles o, peor aún, las que lo impiden. Y bien podemos decir que la impedirá todo lo que no lo ayuda, porque, aunque no sea causa de algo peor, será siempre la pérdida de un tiempo muy útil para las almas. Esto quiere decir que no se puede emplear la mayor parte del tiempo libre de ministerio en estudios de literatura, arte, medicina, lectura de periódicos, música, etc., a no ser que el sacerdote los necesitara por un deber especial, por ejemplo el de ser profesor.
No queremos decir que haya que prescindir de estas materias totalmente, porque tenerlas en cuenta de forma conveniente puede ser necesario alguna vez para salvar mejor a las almas y acercarse a los hombres con una conveniente cultura. Sólo queremos condenar una afición tal que llegue a absorber toda la actividad del sacerdote. El sacerdote no es literato, artista, médico, político, periodista per se, sino sólo per accidens, en cuanto y mientras estas cualidades le puedan ser útiles para la salvación de las almas, no más allá.

Cuánto estudiar. No puede determinarse matemáticamente. En general puede decirse que depende de la cantidad y la cualidad de las ocupaciones de su ministerio. Y en este punto no será del todo inútil recordar que no hay que convertir el estudio en una
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pasión, con peligro de sacrificarle un tiempo al que tienen derecho las almas. El sacerdote no lo es sacerdote para estudiar; estudia para salvar a las almas. ¡Tengo que estudiar! no es una razón para dejar para más tarde a las almas, para despacharlas con rapidez, para no ocuparse de los posibles medios de santificación, para descuidar la meditación, etc. El margen de tiempo que puede destinarse al estudio depende también de la edad del sacerdote; el joven lo necesita más, como ya dije, bien porque ignora muchas cosas que el de más edad ya conoce, bien porque el ocio es más peligroso para el joven.
Por lo demás, hay que estudiar siempre, tanto cuando no se aspira a ser párrocos como cuando ya se es, cuando se es simple capellán como cuando se es anciano, porque siempre podemos olvidar, porque siempre tenemos el deber de vivir con los hombres de hoy, conocer sus necesidades y los nuevos remedios si realmente queremos hacer el bien.

Saber utilizar el tiempo. Hay quienes repiten en todo momento que les falta tiempo para todo. Lo cierto es que eso depende muchas veces de no saberlo utilizar. Por ejemplo, si después del desayuno se hace una hora de recreo o de tertulia y luego se va a visitar a los enfermos o a los amigos, o bien a las familias..., se pierde mucho tiempo. ¿Por qué no considerar como recreo la visita a los amigos o a los enfermos? Si se vuelve a visitar a los amigos o a los enfermos veinte minutos antes de comer y durante esos veinte minutos se conversa, ¿no es perder el tiempo? Quien es avaro de su tiempo sabe, por ejemplo, utilizarlo convirtiendo en paseo su visita al pueblo cercano para confesarse; sabe hacer confluir con habilidad las conversaciones sobre cosas útiles o del ministerio; organiza sus ocupaciones de tal manera
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que las realiza con mayor fluidamente; sabe usar técnicas para estudiar o recordar mejor. Cuando uno va por la calle y no tiene otra cosa en que pensar o verdadera necesidad de relajarse un poco, ¿por qué no utilizar ese tiempo para meditar, por ejemplo, en lo que podrá decir en el sermón del domingo siguiente? Quizá conversando con la gente o participando en ciertos acontecimientos se puede encontrar materia, semejanzas, etc., que luego pueden servirnos.
En algún sitio se puede recitar por la mañana, para aprovechar el tiempo, todo el oficio mientras se espera en el confesionario. Algunos suelen leer y recitar el breviario por la calle, que sí puede hacerse alguna vez, pero siempre con discreción.

Perseverancia en el estudio. Excepto en situaciones de ocupaciones intensas y continuas, es necesario no dejar pasar ningún día sin dedicar algún tiempo al estudio. Esta perseverancia exige sacrificios, a veces duros, pero debemos tener siempre presente que nuestra vida, nuestro tiempo y nuestras fuerzas están al servicio de Dios y de las almas. Dios nos tiene preparado un sitio precioso en el cielo. La perseverancia es aún más necesaria en los primeros años de ministerio. No le será fácil a quien deja que el polvo se acumule en los libros sacudirlo nunca. Tras abandonar el seminario, se comienza de inmediato, o apenas pasados unos días de descanso.

§ 2. - MATERIAS PARA ELEGIR

Algunas son necesarias.
Teología dogmática y moral.
Si no es así, se dirán cosas incorrectas, e incluso herejías. Se considerará que algo es grave cuando realmente es leve, que algo es cierto cuando es dudoso; se dejará siempre a los penitentes en la oscuridad y los oyentes quizá se formen conciencias erróneas.
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Téngase en cuenta, por lo demás, que en estas ciencias es necesario estar al día sobre lo nuevo (por ejemplo, sobre el modernismo, sobre el decreto De matrimonio, sobre la administración de la santa unción, etc.). Por eso sería muy conveniente que a todo sacerdote le llegara La Civiltà Cattolica2 y Il Monitore.3 Sería suficiente un ejemplar en cada parroquia o por cada cuatro o cinco sacerdotes. Si se la lee siempre y se apuntan las cosas nuevas y su sitio en la teología, se dispondrá de un conocimiento conveniente de las mismas.
En cuanto a la dogmática, cada cinco o seis años se la habrá repasado sin esfuerzo, y en cuanto a la moral, se la estudiará separadamente. Medios de aprender más fácilmente son: 1º. leer en primer lugar el capítulo de dogmática o de moral que se quiere comentar en el sermón; 2º. repetir o consultar los casos más difíciles oídos en el confesionario o fuera de él; 3º. hacer resúmenes; 4º. repetirlos dialogando con algún compañero de ministerio, etc.
También es necesario que todo sacerdote estudie la Sagrada Escritura, porque es el libro más hermoso, el libro de Dios, y es a los demás libros lo que el sol a una luciérnaga, lo que la Eucaristía a una estampita de Jesús; porque es la palabra que en la predicación más atrae la atención y tiene mayor eficacia; porque si uno lee por lo menos algunos versículos al día, adquirirá el debido espíritu para juzgar de manera más sobrenatural las cosas humanas.
Se puede comenzar con el Nuevo Testamento según el orden de la propia Biblia, luego pasar a los libros históricos y a los proféticos y seguidamente a los sapienciales del Antiguo Testamento. Es el orden más aconsejado.
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Un estudio absolutamente necesario es el que tiene que ver con las inclinaciones, costumbres, virtudes, defectos, instrucción, carácter, etc., de la gente, de los penitentes, de las personas que rodean la casa, la iglesia, sobre qué actitud adoptar con ellas, de qué lado tomarlas, etc. Considere el sacerdote qué es lo que hay y qué es lo que falta, qué es posible o imposible conseguir. Es un estudio que el sacerdote debe hacer siempre, pero especialmente cuando se le destina a una nueva misión. Se consigue conversando, tratando y visitando a la gente, dando el catecismo, visitando a los enfermos, etc., y debe hacerse con espíritu de observación de todas las cosas. Las ventajas serán inmensas en la predicación, en la que no se dirá ninguna palabra inadecuada o inútil, sino oportuna y conveniente; en el confesionario, donde seremos más breves y metódicos y conseguiremos más fruto; en las relaciones, en las visitas, etc.

Materias aconsejadas. Estudio de las obras de algún santo padre, por ejemplo san Gregorio Magno; o de la vida y las obras de algunos santos más ilustres, por ejemplo san Francisco de Sales, san Carlos Borromeo, san Alfonso, el Cura de Ars, etc.
Historia eclesiástica, especialmente las cuestiones más debatidas, como Galileo, la Inquisición, la historia del modernismo, la masonería, el liberalismo, las asociaciones medievales, la Revolución francesa, etc.
Estudio de los documentos pontificios, de las disposiciones sobre la acción católica, los reglamentos de las principales uniones en las que se divide, las obras que inculcan diariamente los superiores, etc.
Estudio del modo de comenzar
, hacer florecer y fructificar las obras de celo, pero un estudio hecho especialmente visitando y conversando con quien ha realizado esas obras y ha tenido éxito. Será un medio muy eficaz para esto visitar las parroquias mejor organizadas. Nadie
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enseña con más autoridad y mejor que quien ha practicado lo que enseña a los demás.
Estudio también de todas las cosas que mejor nos acercan al pueblo en medio del que debemos vivir; por ejemplo, algún conocimiento de agricultura en el medio rural; algunas cosas necesarias generalmente en tema de leyes, testamentos, letras de cambio, etc.; algo de literatura y arte en las ciudades. Todo orientado a hacer el bien a los demás. Es necesario también que el sacerdote esté al día sobre las novedades sobre su cargo, como son las decisiones de las Congregaciones, los actos de la Santa Sede, las leyes litúrgicas. Pueden ayudarle en esto la publicación Acta Sanctae Sedis4 o los citados Il Monitore Ecclesiastico,5 La Civiltà Cattolica,6 L'Avvisatore Ecclesiastico,7 etc. Pero no estaría bien que un sacerdote se limitara a estudiar esas cosas a través de los periódicos, que interpretan y presentan todo según puntos de vista personales o abiertamente capciosos de los periodistas.
Cuando se conoce alguna cosa realmente útil, se puede apuntar y volver a leerla en el momento oportuno, confrontarla, pedir explicaciones sobre ella, etc., según los casos.
Tengamos en cuenta, no obstante, que tener muchos libros o leerlos no nos hace doctos. Contar con una biblioteca bien surtida de obras puede ser una vanidad o una ambición. Algunos leen mucho pero no leen bien, o no libros selectos, y de ahí que consigan aprender poco y hasta que confundan sus ideas. En teología y filosofía, si se tienen en cuenta las reglas expuestas anteriormente, bastan los tratados del seminario. Frecuentemente, cuando se desean adquirir obras nuevas, sería muy conveniente contar con el consejo de especialistas en el tema antes de arriesgarse a un gasto. Poco y bueno es una regla que vale también aquí.
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Periódicos. Conviene también leerlos un poco, pero deben tenerse en cuenta algunas cosas.
La lectura del periódico ordinariamente no debe ocupar el tiempo destinado al estudio, o muy poco, y casi solamente cuando se trate de artículos de cierto alcance y tan serios que exijan toda la concentración de la mente. Tendrán que dar cuenta rigurosa a Dios quienes les dedican muchas horas utilísimas a las que tienen derecho las almas.
Es también para los sacerdotes la prohibición que se hace a la gente de ciertas publicaciones, lo que quiere decir que el sacerdote debe abstenerse de la lectura de periódicos liberales o modernistas, especialmente en público. Es una excusa decir que sólo se leen las noticias. De hecho, se siguen ciegamente las ideas y las teorías de la publicación preferida, hasta resultar ridículos y motivo de asombro8 para los seglares que nos rodean...
Harán bien los sacerdotes en suscribirse no solamente al periódico diocesano, sino a algún otro periódico de tendencia católica, y hasta convendría que se leyera alguno de los más estrictamente papales.

§ 3. - RECREOS

Recreos ordinarios. El sacerdote necesita expansión, como cualquier otro hombre, y parece un lujo espiritual prescindir totalmente de ella, y con mayor razón si se considera que tiene ocupaciones que exigen toda la concentración de su mente.
Pero es una buena idea unir lo útil con los grato, considerando siempre que el sacerdote puede elegir su forma de recreo. Estas son algunas expansiones practicadas por los buenos sacerdotes, aunque no pueden adoptarlas todos siempre al pie de la letra.
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Un poco de canto si no exige demasiada aplicación; entretenerse en el círculo o en el oratorio con los adultos y con los jóvenes; alguna clase vespertina si no es muy fatigosa; la visita a los enfermos, especialmente si viven lejos; pasear con otro comunicándose las cosas leídas, oídas, pensadas, estudiadas, el modo de hacer el bien, las dificultades, etc.; passeggiare recitando, leggendo, facendosi a vicenda tra due dei casi di morale, di liturgia, di diritto, ecc.; ordenar, encuadernar libros, quitarles el polvo, o hacer alguna cosa en casa; cuidar un poco el jardín; ordenar los objetos sagrados, limpiar la iglesia y la sacristía cuando sea oportuno; hacer alguna visita necesaria a ciertos feligreses tratando de conocerles, comprobar que todos los chicos van al catecismo, etc.; visitar el terreno de la parroquia o propio cuando sea conveniente; leer un poco el periódico, etc. Pero es absolutamente necesario que el sacerdote no haga visitas inútiles, peligrosas, que puedan interpretarse mal; debe excluir absolutamente las visitas que no tienen más fin que beber, pasar el tiempo, etc.; recuerde que el recreo no debe confundirse con el ocio, que el ocio debe evitarse siempre, mientras que el recreo es necesario; mientras el ocio es desocupación, el recreo es ocupación que alivia al espíritu y al cuerpo.
Mejor que estar ocioso es ayudar a los estudiantes que tienen que repetir, trabajar en el jardín, hacer algún trabajo de carpintería, de pintura, etc.

Recreos extraordinarios. Alguna vez son útiles los viajes, pero sin pasarse. Es muy recomendable que los sacerdotes vayan una vez en su vida en peregrinación a Lourdes y a Roma. Son
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dos viajes que generan conocimientos nuevos y despiertan la devoción a la Virgen María y al Papa.
El sacerdote debe evitar el juego siempre que sea un abuso, y sobre todo no debe caer en la pasión del juego de cartas, de ajedrez, del tarot, de la lotería. ¡Cuánto tiempo exigido por las almas se pierde en estas cosas! Cuando un sacerdote prevea que puede abusar, que se aleje con la disculpa de su poca o nula habilidad o por motivos de salud. Mejor que los hombres nos tachen de poco educados los hombres que Dios nos condene. En cuanto a otros juegos, como la petanca, el balón,9 etc., el sacerdote puede practicarlos, pero con mucha discreción y según las circunstancias de tiempo y lugar. Nunca dejará ver que no sabe qué hacer, porque el pueblo, especialmente el trabajador, se escandalizaría y haría comentarios poco edificantes.
Es también muy reprobable que un sacerdote se manifieste amante de la buena mesa, de las buenas comidas, de muchos paseos, de fiestas mundanas, etc., porque siempre se trata de cosas que ve el pueblo y las consecuencias serán sufridas por el ministerio y todo el celo sacerdotal.
Y cuando un sacerdote invita a los amigos, a los familiares o a los forasteros, nunca debe dar pábulo a abundancia o a delicadezas culinarias en los alimentos ni a rebuscamientos muy selectos en los vinos.
Los buenos esperan del sacerdote un comportamiento sobrio y modesto. Los malos y los liberales, que puede parecer que se congratulan con los refinamientos en presencia del sacerdote, son luego los primeros en murmurar de él.
El sacerdote es un ministro de un Dios mortificado incluso cuando participaba en una boda; es siempre salvador de almas, que antes de cualquier acción debe preguntarse: Esto ¿edifica o destruye?
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1 Sir 33,28: La ociosidad enseña muchas maldades.

2 La Civiltà Cattolica es una revista bimensual de cultura editada por los jesuitas italianos. El primer fascículo salió en Nápoles el 6-4-1850 con un artículo programático del P. C. Curci (1810-1891), quien fue director de la revista hasta 1864. Desde 1977 la sede de La Civiltà Cattolica está en Roma (via di Porta Pinciana). La historia de esta revista está relacionada con la vida moral y política de Italia. Cf. P. PERRI, Civiltà Cattolica (La), EC, III, 1949, pp. 1760-1761.

3 Il Monitore ecclesiastico es la revista más antigua de derecho canónico y eclesiástico. Fue fundada en Maratea (Potenza) en 1876 por el sacerdote C. Gennari, más tarde cardenal, para divulgar entre el clero, las curias diocesanas y los tribunales eclesiásticos la legislación y la jurisprudencia canónica y civil en materia eclesiástica. Desde 1949 la edita la editorial Desclée y, dirigida por consultores y oficiales de la Curia Romana, aparece cada tres meses. Como se edita en latín, su nombre actual es Monitor ecclesiasticus. Cf. F. ROMITA, Monitore Ecclesiastico (II), EC, VIII, 1952, p. 1296.

4 Acta Sanctae Sedis (ASS) fue fundado por el padre Avanzini en Roma en 1865 y se convirtió en 1904 en el periódico oficial de la Santa Sede. En 1909 la ASS cambió su título por el de Acta Apostolicae Sedis (AAS). Contiene los actos del Sumo Pontífice y de los departamentos de la Curia Romana, da noticias sobre las audiencias concedidas por el Papa a los jefes de Estado y a sus representantes, así como sobre los honores y los fallecimientos de los cardenales y los obispos. Desde 1929 incluye en lengua italiana un suplemento sobre las leyes y disposiciones de la Ciudad del Vaticano. Cf. P. CIPROTTI, Acta Apostolicae Sedis, EC, I, 1949, p. 254.

5 Cf. ATP, n. 56, nota 3.

6 Cf. ATP, n. 56, nota 2.

7 L'Avvisatore Ecclesiastico, fundado en 1879, es una recopilación completa bimensual de los Actos de la Santa Sede, de las circulares gubernativas, de las decisiones del Consejo de Estado y de las sentencias de las Cortes de Casación y Apelación en tema eclesiástico y relativas a los sacerdotes en Italia.

8 Aquí en el original dice “admiracion” en vez de “extrañeza”.

9 Se refiere a una pelota elástica o para ser golpeada, un juego muy practicado en la comarca de las Langas. Alba contaba con una célebre y muy frecuentada cancha. En cambio, el balón de nuestros días (fútbol) estaba desaconsejado a los clérigos.